Dormir bajo las estrellas en Wadi Rum, Parte 2.

Wadi Rum 2, portada

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Wadi Rum, parte 2.

Como quería algo diferente, planeé mi estancia de 2 días. En el primero hice el típico tour en jeep de 4 horas y dormí, todos mis compañeros de aventura se fueron después del almuerzo. Yo no, yo tenía otro día planeado en el famoso desierto de Wadi Rum.

Por lo que pagué, todo el día estaría acompañado de un beduino con un inglés un tanto limitado (sumado al mío, claro) así que estaría muy emocionante todo lo relacionado a la comunicación. El tour, como primer parada, incluía subir el Jebel Um Adaami, consideraba la montaña más alta del país.

Attalah, el guía y sobrino de otro Attalah, se portó excelente durante todo el tour. Acostumbrado está a subir pendientes por piedras, yo no. Apenas subí unos 50 metros y no me sentí para nada seguro, así que decidí no hacerlo. Habrá quien si quiera y pueda, yo no estaba para eso a tantos kms de la civilización. Solo estábamos Attalah y yo hasta donde mi vista alcanzaba.

Así que fuimos a otros lugares que no estaban planeados mientras, raramente, escuchábamos canciones latinas del gusto del conductor y guía del 4×4. El no entendía las letras, pero aun así intentaba cantarlas y hasta bailarlas. El tour se convirtió en una rodada rodeada de buena charla, anécdotas e historias compartidas entre ambos. Resultó ser algo más auténtico de lo esperado, esperaba menos de Bedouin Lifestyle Camp.

En un momento inesperado Attalah se detuvo a buscar la sombra de una pequeña montaña en la cuál hizo fuego, bajó algunos tapetes del camión y preparó café y té beduino. La convivencia continuaba.

Al poco tiempo de descanso el fuego se encendió de nuevo, pero en esta ocasión Attalah comenzó a preparar la comida; yo me limitaba a preguntar y saber que era toda esa mezcla de cosas que al fuego preparaba. Un beduino estaba cocinando en medio del desierto comida típica. Wow! Yo le enseñaba unas palabras en inglés y español, y él me contestaba en árabe. Quizá él no las recuerde ahora, pero los momentos, sin pensar, estaban marcando por completo mi viaje.

De la misma manera transcurrió la tarde, yendo de un lado a otro en las dunas, recorriendo esos lugares que no están marcados en el tour básico cuando se hace grupal y disfrutando de la soledad que solo en el desierto yo había podido sentir.

Al poco tiempo se apiadó de mí y fuimos nuevamente al campamento, yo continuaba sin saber mucho de lo que cada vez iba deparando. Volvimos a descansar del sol. Me sorprendió cuando me dijo que partiríamos en 30 minutos, por si quería tomar una ducha. Lo hice sin preguntar mucho,  pues seguramente las sorpresas continuarían y yo solo me estaba dejando sorprender por la situación.

Él parecía perdido, y yo un poco más. Algo buscaba y, entre esos caminos que realmente no existen y cada chofer los hace al rodar, nos detuvimos en un área y se limitó a señalarme con su dedo a lo que entendí “atardecer”. No me detuve y tuve otro atardecer de ensueño. Espectacular. Ahora si no había nadie a mi alrededor en varios kilómetros. Solo poco ruido del aire, pero nada más. Los colores naranjas combinados con el rojo de la arena brindan nuevas tonalidades que nunca había visto. Un par de fotos que no hacían para nada el honor a lo que mis ojos estaban viendo.

Se metió el sol y regresé con Attalah, otra sorpresa. Él había descargado la camioneta, tapetes con unas cobijas y encendido brazas para cocina. – Aquí dormiremos – Me dijo.

Esa sensación nunca la había tenido. Como muchas otras en estos últimos días en el desierto. Era una mezcla de emoción y nervios. No nervios de los malos, sino de los buenos. No había ningún tipo de peligro, me lo repetí muchas veces.

La cena fué espectacular. Pollo, ensalada, papas adobadas, pan, té, café, agua y, para consentirme, jugo de naranja. Por la mañana le había comentado que moría por uno, y me complació. No sé de donde lo sacó, pero estaba ahí esperando por mí.

La temperatura iba bajando conforme las miles de estrellas se iban haciendo presentes frente a mis ojos. Había visto esas imágenes de la vía láctea en fotografías de larga exposición, pero ahora las veía con mis ojos. Ver una estrella fugaz al menos por minuto llenaba mi memoria de recuerdos que jamás olvidaré. No quería dormir para no dejar de ver un cielo tan estrellado como jamás lo había visto.

Muchos momentos han marcado mis viajes, pero sin duda éste fué uno de los que más. Una experiencia inolvidable y única.



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